jueves, 22 de julio de 2010
La Vida Eterna.
Enviado por mi amiga y hna en Xto Maria Jose.
Me parecio bueno compartirlo
La vida eterna en el cielo es distinta para cada uno, lo que teológicamente se expresa diciendo que la gloria que se vive en el cielo es de distinta magnitud.
El concepto de gloria en el cielo, podemos decir que corresponde a la relación que tenemos con Dios a lo largo de toda la eternidad, que será más completa y profunda en función del grado de santidad alcanzado en el momento de la muerte.
Por lo tanto, el crecimiento en santidad en la vida terrenal, durante el poco o mucho tiempo que se disponga (sólo Dios sabe cuánto será), definirá como será la vida a lo largo de toda la eternidad.
Su fe inquebrantable, perfeccionada por los dones de inteligencia, ciencia y sabiduría le otorga una luz divina a sus ideas y pensamientos, penetrando con agudeza en los misterios de Dios, haciéndole ver su situación espiritual y como todo lo que lo rodea en el mundo lo ayuda o se opone en su camino hacia Dios.
La esperanza le da una confianza total en los auxilios que espera de Dios, y acepta por amor todos los designios de la voluntad divina para su vida, que va conociendo cada vez más claramente. No tiene preocupaciones frente a lo que le pueda pasar, porque confía plenamente en la misericordia de Dios. Siente que no depende en su vida ni de las personas que lo rodean, ni del trabajo u ocupación que puede tener, ni de los problemas económicos o políticos del país en que vive, ya que su vida está entregada a Dios y Él será quien se ocupe en su providencia de sus necesidades, mientras él ponga todo su empeño y esfuerzo en realizar de la mejor manera sus quehaceres cotidianos.
Acepta de la misma manera, con una inconmovible paz interior, todos los bienes que recibe y los males que le puedan sobrevenir. Una acción de gracias sincera acompaña todo lo que recibe de bueno, mientras sufre con paciencia los tiempos difíciles, sabiendo que de ellos Dios siempre sacará un bien para él.
Ante situaciones de dolor, como el sufrimiento propio o de un ser querido, o la muerte de las personas cercanas, no pierde la paz, aunque siente el dolor que humanamente no se puede evitar, pero sin caer en la angustia o la desesperación.
La paz es quizás uno de los frutos principales de la santidad. Jesús nos dice en el Evangelio de San Juan: "Os dejo la paz, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo." (201) Precisamente la paz que recibimos de Jesús es uno de los tesoros más inapreciables que pone a nuestra disposición la gracia que viene de Dios.
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