jueves, 2 de junio de 2016

Las Promesas del Sagrado Corazón.



Las promesas del Sagrado Corazón.

P. LUIZ CAMARGO, FSSPX
Fuente Pagina Digital Panorama Católico Internacional.
En las apariciones a Santa Margarita María, Nuestro Señor insiste en que el culto a su Sagrado Corazón debe revestirse del aspecto de reparación. Los que sean devotos suyos deben no solamente descubrir su Amor insondable, sino también reparar por las injurias, frialdades e ingratitud con que Él es ofendido. De hecho el liberalismo desconociendo la sumisión que el hombre debe a Dios, pone en la libertad del hombre el principio de todas las leyes de la sociedad moderna. El liberalismo quiere que Dios mismo se someta a la libertad del hombre. ¡Qué blasfemia!  
La esencia de la devoción al Sagrado Corazón es el reconocimiento de que la humilde sumisión del hombre a la ley de Dios es su mayor bien, y que el hombre debe someterse no como un esclavo a su tirano, sino como un hijo que reconoce el amor de su padre en sus disposiciones y ordenes. La devoción al Sagrado Corazón es, por lo tanto, esencialmente antiliberal.
Las reclamaciones de Nuestro Señor sobre los jansenistas parecen definir a nuestros modernistas actuales: “He aquí el Corazón que tanto amó a los hombres, que nada ahorró hasta agotarse y consumirse, para darles testimonio de su amor, y en paga no recibe de la mayor parte de ellos sino ingratitudes, por los desprecios, irreverencias, sacrilegios y frialdades que tienen para conmigo en este Sacramento de amor”. Irreverencias, sacrilegio, frialdades: ¡Nuestro Señor parece aquí estar describiendo la Misa nueva!
El modernismo es el esfuerzo de teología para justificar el sacrilegio del hombre que se pone en lugar de Dios. La devoción al Sagrado Corazón de Jesús es el descubrimiento del amor de Jesús Crucificado y como debemos obedecerle.
I – Introducción:
La devoción al Sagrado Corazón de Jesús fue presentada oficialmente al mundo católico por el Papa León XIII, el 25 de mayo de 1899, como medio extraordinario de salvación para la humanidad. “He aquí que hoy se ofrece a nuestros ojos – dice el Papa entonces – una gran señal de salvación, señal toda infundida de divino amor y de suprema esperanza. Es el Sagrado Corazón de Jesús, encimado por la Cruz, cercado de espinas y resplandeciente de una espléndida claridad, en medio de las llamas de su amor. En Él es necesario depositar toda nuestra confianza; de Él es necesario solicitar y esperar la salvación”.
Fue largo el camino que esta devoción recorrió hasta llegar a una proclamación tan solemne y tan explícita por parte del Vicario de Cristo.
Ciertamente ella expresa la misma esencia del catolicismo. Pero hay también, sin lugar a duda, algo nuevo en ella. Don Columba Marmion, en el capítulo que dedica a la devoción al Sagrado Corazón, en su libro Jesucristo en sus Misterios muestra bien como se dan allí estos dos aspectos de continuidad y de novedad.
Podemos decir que el primer devoto del Sagrado Corazón de Jesús fue el apóstol San Juan, que escuchó sus latidos conmovedores en la última Cena, y lo vio ser abierto por la lanza y de ahí salir sangre y agua.
En la Edad Media, el amor a la santa humanidad de Nuestro Señor profesado por los místicos incluía ciertamente el aspecto central de esta devoción. Vemos San Bernardo inflamado en su predicación, escuchamos las íntimas conversiones entre Nuestro Señor y Santa Gertrudis, vemos al admirable Pobre de Asís reproducir las llagas de la Pasión del Salvador en su propia carne.
San Buenaventura invitaba así las almas: “Para que del costado de Cristo, adormecido en la Cruz, se formara la Iglesia y se cumpliera la escritura que dice “contemplarán Aquel a que traspasaron” (Zac. 12, 10) uno de los soldados lo hirió con una lanza y le abrió el costado. Lo permitió la divina Providencia, a fin de que, brotando de la herida sangre y agua, se derramara el precio de nuestra salvación, el cual, manando del arcano del corazón, diera a los sacramentos de la Iglesia virtud de conferir la vida de la gracia, y fuera para los que viven en Cristo, la copa aplicada a la fuente viva que mana para la vida eterna. Es esta aquella lanza del pérfido Saúl – figura del pueblo elegido reprobado – que, errando el golpe, se clavó por divina misericordia en la pared, y abrió un agujero en la piedra y un hoyo en el muro. Surge pues, alma amiga de Cristo, y sé como la paloma que construye su nido en lo más alto de la apertura de la gruta; allí como un pájaro, encontrarás morada, allí como el ruiseñor de amor casto, esconde los polluelos; coloca allí la boca para que bebas aguas de las fuentes del Salvador. Es esta la fuente que mana en medio del paraíso y, dividida en cuatro ríos, derramados en los corazones devotos, riega y fecunda toda la tierra”.
Pero esta devoción que estaba reservada hasta entonces a los altos místicos y contemplativos encontró una nueva expresión cuando Nuestro Señor tomó, Él mismo, la iniciativa de extenderla a todos los fieles. Lo que hasta entonces era un secreto de las almas más santas y penitentes, pasó a ser un ofrecimiento de íntima amistad a todos los católicos.
II – Divina Estrategia
    Hay muchas devociones que nacen espontáneamente del espíritu del pueblo católico. Aparecen, crecen y se difunden movidas por el interés y admiración de los fieles. Pero la devoción al Sagrado Corazón de Jesús no fue así. No fue una devoción espontánea, sino una devoción enseñada y propagada por el Cielo. Será el hecho de que repetidas intervenciones de Nuestro Señor, Él mismo, hará que esta devoción se difunda de modo tan admirable.
Ella es una respuesta del Salvador a la perfidia del humanismo renacentista que se propuso sacudir la ley de Dios y de su Iglesia. Este ofrecimiento es una amorosa venganza ante el Protestantismo y su sucedáneo que es el Jansenismo. Nuestro Señor propone esta devoción como un remedio a los males modernos, como un antídoto contra el espíritu de la revolución. Así considerada, esta devoción podría parecernos como algo pretérito y sin importancia. O al menos que tuvo su importancia en el siglo XVII, pero ya no hoy en día. ¿Qué nos importan hoy las disputas protestantes? ¿Qué nos interesan las querellas de los jansenistas? Esta devoción, entonces ¿será algo fuera de época? Pensar así sería un grave engaño de nuestra parte. La crisis modernista que nosotros vivimos hoy con el Vaticano II y todas sus reformas es la continuación en línea directa del protestantismo y del jansenismo, de la revolución francesa y de la revolución comunista.
Si las ideas son las mismas, si la revolución es la misma, podemos pensar sin miedo de equivocarnos que el remedio para su curación será exactamente el mismo.
¿Cuál será el plan del divino Salvador al querer difundir de esta manera la devoción a su Sagrado Corazón? ¿Cuál será su intención al revelar de modo tan amplio los secretos de su divina amistad? Y ¿cómo puede ser esta devoción el antídoto para crisis tan aguda?
Nuestro Señor quiere curar los males de esta peste que se difunde entre nosotros por el remedio contrario. La peste negra que diezma a la Cristiandad desde el inicio del Renacimiento es el egoísmo satánico que propone la propia libertad como principio absoluto de todas las relaciones del hombre con Dios. El insolente liberalismo que nacerá de este espíritu malsano quiere transformar esa rebelión contra Dios en ley y fundamento de la sociedad. Y así lo hizo.
El remedio presentado por el Salvador será la manifestación del Amor que lo movió a enancarse y a morir en la Cruz por nosotros. Amor desinteresado, amor generoso, capaz de curar todos nuestros males: “¡He aquí el Corazón que tanto amó a los hombres y es por ellos tan ingratamente correspondido!”.
¡Ingratitud! Ese es el nombre propio de nuestra sociedad moderna. Ese es el verdadero rostro de la revolución. Nuestro Salvador propone la contemplación y estudio de su amor como el gran remedio capaz de curarnos de esta ingratitud.Veamos bien: Nuestro Señor no nos reclama nuestra desobediencia. Y bien podría hacerlo. Podría reprendernos por nuestros pecados. ¡Son enormes y sin número! Podría lanzarnos al rostro nuestra malicia. ¡Arruinamos todo lo que tocamos! Pero no, nada de eso. Nuestro Señor aparece repetidas veces para reclamar de nuestra  ingratitud.
III – Santa Margarita María
   En medio de la tormenta del siglo XVII, entre la sorda conspiración de los enemigos de su reinado, Nuestro Señor elige como instrumento sus designios a una escondida y tímida religiosa de clausura. Ella será el general que deberá como nueva Juana de Arco conducir la batalla de la cristiandad.
Margarita María Alacoque nació el día 22 de agosto de 1647 en Verosvres, en Borgoña. La formación de nuestra santa fue marcada especialmente por el sufrimiento. De los cuatro a los siete años, o sea entre 1652 y 1655 fue a vivir en el castillo de su madrina, Madame de Corcheval, dama noble de la región, para comenzar allí, en un ambiento sereno y austero, su formación. Pero su educación hubo de ser interrumpida cuando murió Madame de Corcheval. Su ahijada volvió a la casa paterna. En 1655, el mismo año de la muerte de su madrina, fallece también su hermana menor y su padre, Claudio de Alacoque. La madre, Felizberta, colocó sus hijos mayores en colegios, y Margarita como interna en el convento de las Clarisas mitigadas de Charolles.
En el pensionado de las Clarisas Margarita contrajo una enfermedad grave, por lo que fue necesario mandarla de vuelta a la casa. Allí permaneció cerca de cuatro años postrada en la cama, sin poder levantarse. Los médicos ya no sabían que más hacer, cuando ella resolvió consagrarse a la Santísima Virgen, prometiéndole que sería su hija. “Apenas hice el voto – declara Margarita – quedé luego curada de la enfermedad, con nueva protección de la Santísima Virgen, la cual tomó tan entera posesión de mi corazón, que mirándome como hija suya, me gobernaba como cosa que le era consagrada; me reprendía por mis faltas y me enseñaba a cumplir la voluntad de Dios”.
En su casa otra situación muy dolorosa la esperaba. Su madre había transferido la gestión del patrimonio a su cuñado, Toussaint Delaroche, hombre avaro y de temperamento irritable. Él, su mujer y su madre, tomaron la dirección de la casa y pasaron a tratar la señora Alacoque y sus hijos como si fueron empleados. La Santa soportó durante años la casi esclavitud a la que la sometían las injusticias del tío. A veces tenía que mendigar pan a los vecinos. La casa materna se transformó en una prisión torturante. “Dios me dio tanto amor a la Cruz que no logro vivir un momento sin sufrir, pero sufrir en silencio, sin consuelo, alivio o compasión, y morir con este Soberano de mi alma, bajo el peso de toda surte de oprobios, dolores, humillaciones, olvidos y desprecios…”        
Delante de su constante deseo de la vida religiosa, y vencidos los intentos de casar la joven Margarita, su familia quiso encaminarla a un convento de Ursulinas, en donde ya vivía una prima. Santa Margarita María – que le tenía mucho cariño a esa prima – dio una respuesta en la que trasparece su gran deseo de perfección: “Mira, si entro en tu convento será por amor a ti. Pero quiero ir a un convento en donde no tenga parientes ni conocidos para ser religiosa solo por amor a Dios”. Una voz interior le había advertido: “No te quiero allá, sino en Santa María”, que era el nombre del convento de las visitandinas de Paray-le-Monial. Las presiones familiares, sin embargo, para que eligiese las ursulinas, era fuertes. Una enfermedad de la madre y también de un hermano, la obligaron de todas maneras a postergar sus planes de vida religiosa. En una ocasión, un sacerdote franciscano se hospedó en la casa de los Alacoque durante una misión. Santa Margarita aprovechó la ocasión para una confesión general. Al conocer el alto grado de virtud y los deseos de vida religiosa de la joven, el sacerdote juzgó que debía seguir su vocación. Habló el religioso con el hermano y lo convenció a cambiar de actitud. Nuestra Santa fue entonces finalmente aceptada allí como novicia el 20 de junio de 1671, vistió el hábito el 25 de agosto del mismo año e hizo su profesión solemne el 6 de noviembre de 1672.
Nuestro Señor venía misteriosamente disponiendo de Santa Margarita de tal modo que fuera el instrumento, humanamente hablando, el menos apto posible para la empresa a que la tenía destinada. De carácter tímido, de salud frágil, religiosa bajo obediencia estricta sin poder disponer de ella misma, llevando una vida de clausura sin nunca salir de los muros de su convento, y que murió antes de completar los 45 años, ella debería ser el gran apóstol que difundiría en el mundo entero la devoción al Sagrado Corazón. Disposición sorprendente de Nuestro Señor que quiso mostrar con eso que esa difusión era obra enteramente suya.
El Papa Pío XII, después de hacer la lista de los Santos que la precedieron en la práctica y difusión de la devoción al Sagrado Corazón, dice esto: “Pero entre todos los promotores de esta excelsa devoción, merece un lugar especial Santa Margarita María Alacoque que, con la ayuda de su director espiritual, el beato Claudio de la Colombiere y con su celo ardiente, obtuvo, no sin la admiración de los fieles, que este culto adquiriese un gran desarrollo y, revestido de las características del amor y de la reparación, se distinguiese de las demás formas de piedad cristiana”.
Durante la corta vida de nuestra Santa, Nuestro Señor le reveló los secretos de su Amor incomprensible. Sus palabras quedarán registradas en la autobiografía que Santa Margarita fue obligada a escribir. Este texto fue el gran medio de dar a conocer las intenciones de Nuestro Señor al difundir su confesor, Claudio de la Colombiere y su superiora, la Madre Greyfié, en la obra de predicación de esta devoción. Ellos serán como los brazos de Santa Margarita en su difusión.
IV – Las promesas
Para mover voluntades tan atrofiadas, para calentar corazones tan helados, el divino Maestro unió a la manifestación de su insondable Amor, promesas sorprendentes.
No se sabe quien hizo la recopilación de las famosas doce promesas del Sagrado Corazón. Pero este atento devoto procuró cuidadosamente que en todas las palabras de Nuestro Señor a Santa Margarita María las promesas que hizo fueran asociadas a la devoción que enseñaba y las presentó en una única lista.

   1 - Promesa: “Yo daré a los devotos de mi Corazón todas las gracias a su estado”.
   Es curioso como una promesa tan grande como esta es leída y vista con tanto desinterés por parte de los católicos. Veamos bien que es lo que Nuestro Señor promete. En este mundo que está sometido a la Revolución, en este mundo apóstata, cumplir con su deber de estado es, en la mayoría de las veces, una situación dramática que exige una virtud heroica. ¿Qué padre de familia no se ha visto atormentado delante de las infinitas influencias que empujan sus hijos en la dirección contraria de lo que él enseña? ¿Qué profesor católico no se ha sentido perseguido por enseñar a sus alumnos las verdades más simples y evidentes? ¿Qué médico católico no tuvo miedo de ser echado del hospital en que trabaja por no querer ofrecer los medios deshonestos de contracepción? ¡Qué abogado católico no se ha visto empujado a mentir y aceptar procedimientos deshonrosos en su trabajo cotidiano? Y lo que más asusta es que vemos como todos estos procedimientos inadmisibles para un católico se van haciendo ley común en nuestro mundo contemporáneo. Tenemos la impresión de que las garras de la revolución se van apretando y cerrando toda vía de escape. La desobediencia a la ley de Dios se hace la ley de los hombres.  
Ahora bien, es delante de este mundo amenazador que Nuestro Señor ofrece su ayuda al católico indefenso. Promete a aquel que se haga devoto de su Corazón todas las gracias necesarias, su ayuda, su intervención en cada una de estas situaciones tan apremiantes. Promete abrirnos una puerta cuando el mundo nos haya cerrado todas. Promete conducirnos, Él mismo, como experimentado Capitán, cuando el barco de nuestra vida enfrente los modernos arrecifes en medio de las tempestades.
2  - Promesa: Yo estableceré y conservaré la paz en sus familias”.
Hay, de hecho, en esta pequeña frase dos promesas. La primera es la del establecimiento de la paz en las familias y la segunda la de su conservación. Paz significa tranquilidad en el orden. Por lo tanto establecer la paz significa fundar la vida de aquella familia que se hizo devota del Sagrado Corazón en el orden de la verdad, Y este establecimiento, para que sea pacífico, exige que sea también tranquilo, que ese orden establecido sea constante y estable. ¿Qué familia no ve su vida interna católica constantemente amenazada? Pues, Nuestro Señor promete establecer la paz yconservarla, aún delante de los más feroces ataques. ¡Nuestro Señor se ofrece como el fundador y conservador de nuestras familias!
   3  - Promesa: “Consolaré a mi devoto en todas sus aflicciones”.
   Consideremos bien estas palabras. No dice el divino Maestro que sus devotos no tendrán aflicciones. ¡No! Estamos en tiempo de apostasía, en tiempo de guerra. El mundo está en llamas, la Santa Iglesia es perseguida y humillada y nosotros, devotos del Sagrado Corazón ¿queremos tener una vida cómoda? ¡No! Es necesario que tomemos parte en los dolores de la Santa Iglesia, es preciso que subamos con Nuestro Señor al Calvario. Pero – y aquí entra la admirable promesa – el Salvador promete que estará a nuestro lado y cada pequeña injuria, dolor o sufrimiento que tengamos ¡Él mismo vendrá a consolarnos! Vendrá a mostrarnos como superar nuestros males, como sacar de ellos un bien más grande, como los bienes de este mundo pasan, como tendremos una felicidad eterna. Nos consolará mejor de lo que un padre amante lo haría por su hijo único afligido. Él dirá en nuestro interior dulcísimas palabras que iluminen nuestra inteligencia inquieta y sostengan nuestro corazón cansado.
¡Es tan grande el bien de este consuelo que casi deseamos las aflicciones que nos obtienen las promesas del Divino Consolador!
4  - Promesa: “Seré para ellos un refugio seguro en la vida y principalmente en la hora de la muerte”.  ¡Refugio! Es un lugar protegido en donde el peligro que amenaza no puede alcanzarnos, en donde los males que nos persiguen encuentran un escudo que los impide llegar hasta nosotros. Es un lugar que está siempre a nuestra espera, hacia donde podemos huir en medio de las tormentas.
El demonio, cuando decide perder un alma, se prepara largamente, estudia todos sus pasos, descubre todas sus brechas, conoce todas las fisuras en su voluntad y en sus afectos, considera todos los errores que hay en sus ideas. El tentador va, entonces, conduciendo su perseguido hacia la trampa que le hará caer irreparablemente. Muchas veces el demonio acepta, en este funesto proceso, perder un poco para ganar mucho. Cuando vemos una inteligencia angélica tan aguda dedicada enteramente a nuestra ruina ¿cuál no será nuestro temor? Nos sentimos como presas fáciles delante de un predador voraz. Nos sentimos profundamente desamparados.
Nuestro Señor promete al devoto de su Corazón ser un refugio. Ni toda la sutileza, ni toda la fuerza y vehemencia, ni toda la astucia de todo el infierno reunido podrá algo en contra de nosotros si Nuestro Señor ofrece su Corazón como refugio. Cuando el demonio, la carne y el mundo juren perderlo en la hora de su muerte ¡el verdadero devoto del Corazón de Jesús verá este refugio que se abre consoladoramente para él!
5 - Promesa: “Bendeciré abundantemente todos sus trabajos y emprendimientos”.
¡Qué difícil es hoy todo para un católico! El mundo moderno, fruto de la revolución, dispuso todos los elementos de la vida cotidiana de modo contrario no solamente a la ley de Dios y de la Iglesia, sino también en contra de la propia naturaleza humana. Las instituciones, las costumbres, el trabajo, las familias, las diversiones, los estudios, todo está organizado en la dirección contraria a la que un católico debería ir. Nuestras empresas las más simples, las aspiraciones más legítimas se ven contrariadas constantemente. El católico parece estar delante de un frustrante dilema: o luchar en vano, o dejarse llevar por la corriente.
Nuestro Señor promete acá a su devoto que Él mismo conducirá sus empresas y proyectos. Las obras realizadas en este modo tendrán el sello del Corazón de Nuestro Señor, es más que una simple ayuda en su realización material, ellas tendrán una luz de vida eterna. Serán bendecidas en orden a nuestra salvación.
   6 - Promesa: “Los pecadores encontrarán en mi Corazón fuente inagotable de misericordias”.
Cuantas veces los sacerdotes encuentran en su vida de apostolado personas de gran valor, que quisieran salir de este o aquel vicio o pecado y, personas que admiran la vida católica y quisieran llevar una vida de piedad y, sin embargo, terminan sus esfuerzos por la dolorosa constatación: “¡No lo logro!” Quisieran salir del estado de pecado en que viven, pero son tantos los lazos, los vínculos que los atan a esta situación que concluyen sus deseos con el grito: “¡Yo quisiera, pero no tengo valor!”.
Nuestro Señor promete al pecador que abrace la devoción a su Sagrado Corazón, que Él mismo bajará al pozo de sus miserias y debilidades. Promete conducirlo por la mano entre sus cadenas y ataduras hasta traerles de vuelta a la vida de gracia. Nuestro Señor promete tenerle paciencia. Él mismo abrirá las puertas, Él mismo allanará el camino espinoso y deshará los obstáculos que se oponen a su conversión.
7  - Promesa: “Las almas tibias se tornarán fervorosas por la práctica de esta devoción”.
Con que facilidad los sacerdotes, los pastores de almas, caen en la idea de que es algo normal que la mayoría de sus parroquianos sea mediocre. - ¡No se puede esperar que toda la parroquia sea fervorosa! ¡No se puede pretender que la gran mayoría de los fieles sea piadosa y bien formada! Debemos darnos por contentos con tener algunas almas que estén un poco por encima del promedio.
Si bien el fundamento de este pensamiento es una desconfianza en el valor de la gracia de Dios, y en cierto modo se acerca de una blasfemia, la experiencia muestra que no es menor la dificultad de un pecador para salir de su estado habitual de pecado, que la de un católico mediocre acercarse a una vida fervorosa. ¡Algunas veces este último es más difícil de convertir que un pecador público! San Pio X decía que tenía más miedo de la tibieza de los buenos que de la perversidad de los malos.
Pues, Nuestro Señor promete a estas almas envejecidas, a estas almas que ya no se admiran de lo sagrado, que no se sienten atraídas por el Cielo, que ya no temen su condenación, les promete una renovación. Promete que del tronco viejo y resecado de su catolicismo saldrá un brote vigoroso que dará flores y frutos sorprendentes. Estas almas que tantas veces escucharon la predicación de la Verdad y que la cubrieron con el polvo de su banalidad, encontrarán en la devoción al Sagrado Corazón una renovada juventud.
   8 - Promesa: “Las almas fervorosas subirán en poco tiempo a una alta perfección”.
Los doctores místicos enseñan que llegada a cierta altura de la vida espiritual los caminos empiezan a hacerse difíciles y sutiles. Todos ellos dicen que es tal la complejidad de estas regiones espirituales que las almas que superan el escollo de lo que ellos llaman la tercera conversión y entran en la región que Santa Teresa llamó deCuarta Morada, necesitan imperiosamente la ayuda de un director espiritual que los guíe y conduzca. Santa Teresa explica como en este momento la falta de ayuda de un confesor bien instruido es comúnmente causa de un acobardamiento por parte del alma generosa. O bien regresan a la vida de piedad común o se quedan estancadas en este desamparo.
Nuestro Señor promete al generoso devoto de su Corazón que Él mismo será su “Confesor instruido” o su “Director espiritual”. Él mismo será el Guía experimentado en estos caminos difíciles.
   9 - Promesa: “Mi bendición permanecerá sobre las casas en que se hallare expuesta y venerada la imagen de mi Sagrado Corazón”.
La bendición y protección de Nuestro Señor y su acción misericordiosa no serán algo pasajero, no será una gracia recibida en una ocasión especial y memorable, sino que será una fuente constante y siempre viva. Nuestro Señor promete estar presente Él mismo como un fuego que mantenga la vida verdadera de la familia que se hiciere devota de su Corazón.
En esta promesa vemos una delicadeza de Nuestro Señor para con nosotros. La devoción consiste esencialmente en una disposición interior, consiste en la prontitud de nuestra voluntad en el servicio de Dios. Pero la disposición interior necesita una práctica exterior tanto para expresarse como para apoyarse. Es algo bastante difícil encontrar una práctica exterior que no termine por ahogar y remplazar la devoción interior. Él mismo nos enseña una práctica que puede recoger y manifestar la devoción a su Corazón amante. Propone que la familia erija en el centro de la casa una imagen en donde Él aparezca con su Corazón visible, y que delante de esta imagen la familia venga a realizar sus prácticas de piedad. Esta imagen debe ser el centro de la familia. Esta imagen debe ser expuesta y debe serhonrada.
Nuestro Señor no dejará de escuchar allí al padre de familia que viene a rezar delante de su imagen pidiendo ayuda en las aflicciones para mantener su casa; atenderá prontamente a la madre que reza por el hijo que da pasos peligrosos en su vida incipiente; en fin Nuestro Señor promete que Él se hará el Jefe de aquella familia y la cuidará como suya.
   10 - Promesa: “Daré a los sacerdotes que practiquen especialmente esta devoción el poder de tocar a los corazones endurecidos”.
¡Sacerdotes conforme al Corazón de Jesús! Nuestro Señor les promete que tendrán de traer las almas para Dios. En tiempos de cristiandad siempre hubo sacerdotes generosos que aceptando el sacrificio de sus vidas eran enviados a tierra de infieles y paganos. Allí debían trabajar, luchar y predicar sin fruto – al menos aparente. Y eran necesarias varias generaciones de misioneros para que los primeros frutos comenzaran a aparecer. Qué cosa terrible para un sacerdote verse revestido del poder de Nuestro Señor, ser capaz de curar y salvar a las almas que se condenan y sin embargo ¡ver que ellas resisten a su llamamiento! Como un médico que tiene en la mano el remedio más preciosos y eficaz y ve al enfermo morir porque no quiere tomar el remedio que le ofrece. Nuestro Señor ofrece acá a estos sacerdotes que abracen la devoción a su Corazón y hagan de esta devoción el principio de su acción sacerdotal; Él mismo vencerá la obstinación de estas almas enfermas.
En otros tiempos esta promesa sería admirable, pero hoy ella es más que un tesoro raro, pues si antiguamente eran los paganos e infieles los que tenía el corazón inaccesible a la predicación de la Verdad, hoy el mundo entero se hizotierra de misión, nuestros países que eran católicos hoy viven en el más desaforado indiferentismo. Y no hay nada que los mueva de su inacción. La más sabia predicación, los más conmovedores ejemplos no causan ni siquiera el mínimo interés.
Pues, Nuestro Señor promete que en estos tiempos de ineficacia, Él dará poder a los pobres sacerdotes perdidos en este desierto de la infidelidad de ¡convertir los corazones más endurecidos!
Una última palabra sobre esta promesa. Si bien ella se refiere a los sacerdotes, podemos pensar que el mismo hecho de tener sacerdotes conforme el Corazón de Jesús es un don del divino Salvador. Una parroquia que tenga bien establecida la devoción al Sagrado Corazón no dejará de tener muchas y sólidas vocaciones sacerdotales.
   11 - Promesa: “Las personas que propaguen esta devoción tendrán sus nombres inscritos para siempre en mi Corazón”.
   En el día de nuestra confirmación recibimos el título de Soldados de Cristo. Este título nos deja – a nosotros, hombres modernos – indiferentes. ¿Soldado? ¿Qué quiere decir esta palabra que desde entonces pasó a ser nuestra obligación delante de Dios? Un rey, un duque o un conde, en otros tiempos era también el jefe de sus ejércitos y gobernaba sus dominios por medio de sus hombres. Ser soldado era, entonces, ser un brazo del rey, era participar en el gobierno de las posesiones de su señor. Nosotros, cuando fuimos armados caballeros, cuando recibimos nuestro título de nobleza de Soldados de Cristo por las manos del obispo, recibimos sobre nuestros hombros la obligación de velar por la honra de la Santa Iglesia, por la difusión de la Verdad, por la expansión del Reino de nuestro divino Señor.
Podemos decir que al abrazar la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, fuimos recibidos en la intimidad de su amistad. Lo que es todavía más que ser soldados suyos. Ahora bien, tal título exige que dispongamos de nuestros bienes, de nuestras fuerzas, de nuestras actividades en la difusión y expansión de esta misma devoción. Sería una ingratitud sin nombre de nuestra parte si no lo hiciéramos. ¡Que nuestro rey sea conocido, amando y obedecido! ¿Cuál no será nuestra gloria si hemos contribuido en algo para que el Reino del Sagrado Corazón haya conquistado nuevas almas?
Pero lo que no es más que una obligación, es visto y recompensado por Nuestro Señor como si fuera una obra de gran valor y promete a los que así se dediquen a la expansión de su devoción, que “tendrán sus nombres escritos en su Corazón”. Veamos bien que nos dice acá el Salvador: Él, tomando la iniciativa, nos ofreció su amistad e intimidad, Él, el Creador del cielo y de la tierra a quien debemos sumisión. Y he aquí que cuando nosotros respondemos a esta inmerecida invitación y orgullosos del honor con que somos tratados publicamos a nuestros conciudadanos en este valle de lágrimas cómo es bueno su Corazón generoso, entonces – oh, incomprensible grandeza – Nuestro divino Rey se siente obligado para con nosotros y nos promete una amistad aún más grande ¡colocándonos en los lugares de honor en su amor!
   12 - Promesa: “Yo te prometo, en la excesiva misericordia de mi Corazón, que concederé a todos los que comulguen en los primeros viernes de nueve meses consecutivos, daré la gracia de la perseverancia final y de la salvación eterna. Ellos no morirán en mi desgracia, ni sin recibir los Sacramentos;  en ese trance extremo recibirán asilo seguro en mi Corazón”.
Este es la conocida como La Gran Promesa. “Fue en un viernes del mes de mayo de 1686 – escribe Santa Margarita María – que durante la Santa Comunión, mi divino Maestro me dijo estas palabras”. Nosotros vivimos tiempos tan confusos y difíciles. La revolución llegó tan lejos que todo parece estar bajo su dominio. Las almas que desean permanecer fieles son arrastradas por los vientos más violentos. Y esta gravísima situación llegó a su paroxismo cuando invadió la misma Iglesia e hizo prisioneras las mismas autoridades. El alma fiel parece abandonada por todos lados, perseguida y desamparada.
Pues, en medio de esta tempestad sin igual, Nuestro Señor ofrece un Puerto Seguro a los que quieran responder a su llamamiento. Como en la pequeña barca del Evangelio. Y es importante notar como esta devoción aparece en sus palabras asociada al momento de crisis que vivimos: “La devoción a mi divino Corazón es el último esfuerzo de mi amor a los cristianos de estos últimos siglos. Esta devoción realmente entendida facilitará la salvación de todos, moviéndolos a amarse mutuamente entre sí, como Yo los he amado. Quiero reinar por mi divino Corazón sobre la pobre humanidad de estos tiempos. ¡Y reinaré! Aun a pesar de la oposición de Satanás y de todos los que él instiga en contra de Mí”.

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